F5: Actualizar
CVII: Concilio Vaticano II
F5 + CVII: Actualizar el Concilio
Vaticano II a 45 años de su celebración (1965-2010)
Estamos en la era de la
información. Algunos quisieran que fuera la era de la comunicación, pero en
verdad sólo llega a ser la era de la información. Cuesta comunicar y cuesta
comunicarse. Hay más medios para ello, pero la vida se tornó compleja, más que
antaño. Y eso hace que todo el proceso comunicativo se complique hasta extremos
muy sofisticados; tanto, que necesitemos tanto a un consultor en comunicación
como al psiquiatra (quien se lo pueda pagar) o al médico de cabecera (con la
Seguridad Social o el seguro privado, quien lo tenga).
Decíamos que estamos en la era de
la información; esto ya es un avance respecto a las eras anteriores: la era de
piedra, la era del hierro y la del bronce; la era de las sociedades agrícolas y
la era industrial (tras la revolución agrícola). Pasó el tiempo y nos
encontramos, desde hace ya algunas décadas, en la era de la información. Tiene
poder quien posee más y mejor información; ya no tiene tanto poder quien posee
más máquinas o máquinas más grandes; no, ya no. Ahora las empresas son más
volátiles que antes, más “des-”: más deslocalizadas y más deslocalizadoras, más
desmontables y más vueltas-a-montar. Y todo esto hace que las empresas sean más
productivas, más competitivas y en definitiva mejores (según los criterios imperantes).
Eso visto a gran escala. Si vamos a la vida cotidiana, veremos que, cada vez
más, estamos rodeados de pequeños artefactos eléctricos (nevera, congelador,
lavadora, tostadora, secador de pelo, TV, radio…): electro-domésticos, escrita
esta palabra ya sin el guión, pues no hace falta ya explicar lo que es obvio
para todo el mundo… para el que lo tiene, claro. También han ido sucediéndose otros
aparatos electrónicos o una mezcla entre éstos y los eléctricos; móvil, reproductores
y grabadores varios: desde los magnetofones de los años sesenta (auténticas
piezas de museo) a los ya antiguos
cartuchos de 8 pistas en los años setenta, pasando por los entonces novedosos
radiocasetes, con aquella tan buscada doble
pletina, en los ochenta; hasta la mezcla de la electrónica con la
informática y la generalización de ésta en diversos ámbitos de la vida
cotidiana: desde los reproductores y/o grabadores de discos electromagnéticos
de 5 pulgadas y ¼, de 3 y ½ (ya desaparecidos o en peligro de extinción) hasta
los más recientes: CDROM, DVD, MP3, MP4, MP5, iPod, Blue-Ray, etc., ¡algunos de
los cuales, incluso, ya han empezado a caer en desuso!, porque la industria
tecnológica corre que se las pela… Ayer nos manejábamos con voluminosas pantallas
verdes, a las cuales después añadimos unos filtros para cuidar la vista; y
manejábamos el WordPerfect 5.0 ó 5.1, con el cual la pantalla se volvía toda azul
(que no sabíamos si era peor el verde fucsia o el azul chillón); y en ese
programa único (antes de que se extendieran otros programas e, incluso, sistemas
operativos), había una tecla que decidimos (por sufragio universal virtual y
tácito) que era mágica. Esa tecla
estaba en la parte superior de aquellos teclados poco ergonómicos y se llamaba
“F5”. Servía para actualizar la pantalla, para tener a la vista lo último hecho
hasta entonces, en el trabajo que uno estuviera haciendo pacienzudamente en su nuevo ordenador. Eso podía pasar en los
ochenta, quizá antes para unos y después para otros. Pero, más o menos, digamos
que por entonces quien triunfaba era el WordPerfect y, dentro de él, la tecla
F5.
Previamente a estos
acontecimientos que acabamos de rememorar muy sucintamente, allá por el inicio
de los años sesenta, ocurría un gran acontecimiento eclesial, de la Iglesia
católica, con importante repercusión en las demás confesiones cristianas y en
otras religiones y de gran impacto mediático en el mundo entero. Ese
acontecimiento, por primera vez, internacional (con todas sus letras) para la
Iglesia fue el II Concilio Ecuménico del Vaticano, más conocido como el
Concilio Vaticano II o, más breve aún, el Vaticano II (sigla: CVII). Ayer (1962)
se retransmitía por televisión la apertura del CVII. Era papa Juan XXIII, hoy
ya beatificado; y se reunían, por primera vez en la historia de los Concilios,
2500 obispos católicos de todo el mundo. Por primera vez, desde hacía muchos siglos, asistieron al Concilio varones no eclesiásticos -seglares- (el primero fue el filósofo francés Jean Guitton), mujeres (religiosas y seglares) y representantes de múltiples confesiones cristianas no católicas. En fin, muchas primeras veces. “Se puso
una pica en Flandes”; aunque esta expresión suene ya un tanto barroca y haya
que corregir la geografía y ubicar la pica en el así venido a llamar “centro de
la cristiandad”: Roma. Que tras la unificación de Italia con Garibaldi y el
complicado pontificado de Pío IX (hoy ya beatificado también), llegados a 1920,
con los Pactos de Letrán, queda establecido uno de los países más chiquititos
del mundo, el Estado de la Ciudad del Vaticano, en donde el Papa es el Rey, y
los Cardenales, los príncipes. Sólo que antes iban a caballo o en carroza y
ahora en coche o en avión, según se lo puedan permitir.
Pues bien. Si juntamos ambas
experiencias: la tecnológica y la eclesial, los “logotipos” resaltados
anteriormente, la F5 y el CVII, el resultado es éste: F5 + CVII. Si fuera una
fórmula matemática, le faltaría un igual (=); pero entendámoslo más bien como
un comando u orden informática, como si se tratara de dos teclas que hay que
apretar o presionar al unísono, para que cierto resultado aparezca en pantalla
o para que la memoria física (el disco duro) del ordenador ejecute la orden
enviada por este sofisticado sistema nervioso central del odenador que es el
circuito electrónico, a base de chips y otros componentes que se fabrican donde
la mano de obra es más barata y las leyes empresariales más libres y el peso fiscal
es menor…
¿Qué ocurre? Pues que tenemos el
siguiente resultado: actualizar el Concilio Vaticano II. ¿Por qué?, nos
podríamos preguntar. Porque ya han pasado 45 años desde su clausura en 1965. Y
vamos camino de los 50 años o medio siglo, que dicho así como que pesa más.
Tiempo oportuno para revisar el tiempo presente a la luz del acontecimiento
pasado, que fue el CVII, hecho y pensado para influir especialmente en el
futuro de entonces. Nosotros somos ese futuro; nuestro tiempo, el presente, es
aquel futuro que soñaron los Padres Conciliares (con sus peritos o
especialistas em teología, con sus auditores varones y sus auditoras mujeres,
con sus observadores de otras confesiones cristianas; en fin, 2500 obispos y
cientos y cientos de esos otros protagonistas del CVII, amén de los técnicos
variadísimos que son necesarios para la buena organización y mejor desarrollo
de eventos de este calado). Algunos quisieran tener un Vaticano III ya; pero yo
me pregunto: ¿acaso hemos asumido todo lo que se votó en el CVII? ¿No será tal
vez prematuro pedir algo al futuro si en nuestro presente no acabamos de desarrollar
unos cuantos temas muy importantes para la Iglesia? Profundicemos más en ello,
no leyendo el CVII —como decía este verano el Papa Benedicto XVI— desde la óptica
de la discontinuidad, sino desde la clave de lectura de la reforma en la
continuidad, que parece que va dando más frutos en la Iglesia, especialmente
frutos de comunión, que es lo que importa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario