23.6.19

Sobre los "convertidores"

Introducción

Permítanme los lectores autorreferirme a mi condición de guía turístico-espiritual por el país o por el continente de los conversos, Conversilandia, para profundizar en una cuestión clave en la conversión personal: ¿Quién convierte a los conversos?

Aquellas personas que han ejercido un influjo especial y determinante en el proceso de conversión al catolicismo (o de reconversión, si ya eran católicas) de otras personas, a ésas yo las llamo "convertidores".

Esa acepción de "convertidor", obviamente, no se halla en el Diccionario de la lengua española (ni en el oficial -el D.R.A.E.- ni en el oficioso -el María Moliner-) ni seguramente vaya a figurar nunca, debido al complejo de inferioridad de la sociedad española, tan anticatólica ella como incoherente en sus máximas, ya que luego se santiguan en las nuevas "catedrales" del dios-deporte ante millones de seguidores (presenciales y virtuales, por los medios de comunicación de masas) sin rechistar, ni se rompe las vestiduras cuando claman a santa Bárbara para conseguir un imposible. O es que a lo mejor necesita de reconversión esta sociedad, tan católica antaño y tan extraña hogaño, que no la reconocen ni los Reyes Católicos que la parieron. Será por cuestión de convertirse...

O a lo mejor es que ha de ser evangelizada de nuevo, porque ya no puede vivir de rentas del pasado... Haciendo recuento, veamos las evangelizaciones de la sociedad española:
- evangelización paleocristiana primera (con la conversión de los descendientes de los íberos, celtíberos, celtas, fenicios, griegos y romanos) [siglos I-IV];
- evangelización altomedieval previa a la invasión musulmana (con la conversión del rey y el pueblo visigodo) [siglos V-VII];
- evangelización en el tiempo de las tres culturas (durante la Reconquista y antes de las expulsiones de judíos y musulmanes: con el gran papel 'convertidor' de san Eulogio y los innumerables mártires cordobeses, muchos de ellos conversos) [siglos VIII-XIV];
- evangelización en la era moderna de la expansión americana y mediterránea [s. XV];
- evangelización imperial (en el tiempo del imperio español);
- evangelización en el constante período de guerras "de religión" (porque la religión, corrompida, llegó a matar) [siglos XVI-XVII];
- evangelización en medio de "las luces" críticas [siglos XVIII-XIX];
- evangelización en la decadencia primera y el decadentismo posterior [siglos XIX-XX];
- evangelización de las utopías romántica, superrealista, ingenua y anárquica [s. XX];
- evangelización existencial del existencialismo postguerras-mundiales [s. XX];
- evangelización en la era nuclear...
Y, por fin, la nueva evangelización del beato Juan Pablo II y hasta un dicasterio vaticano propio en la era de Benedicto XVI antes de su sonada renuncia.

Pero vayamos al asunto que nos trae de nuevo a estas generosas líneas, recuperando o ahondando la tradición de analizar en varias entregas alguno de los elementos fundamentales de nuestra espiritualidad católica, como en este caso lo es la conversión y, más concretamente, las influencias personales para que aquélla sea un éxito.


Comparación por oposición

Al pensar en convertidores, y gracias a las largas lecturas realizadas, me viene a la mente una pareja (o trío, por mejor decir) de ases en eso de influenciar a otros para que se conviertan: Léon Bloy, por un lado; y el matrimonio Maritain, por otro. Padrino y ahijados. Un torrente de genio y cultura (Bloy), y un torrente de bondad y sabiduría (los Maritain).





Léon Bloy (izq.)
y
los Maritain (dcha.)
 (Jean y Raisa)





¿Cómo es posible que se quisieran tanto y que aquél lograra la conversión de éstos? Algo inaudito, ciertamente. Pero para el incrédulo recomiendo la lectura de los apasionantes epistolarios entre uno y otros, publicados óptimamente por Les Éditions du Cerf (París).


Comparación por sincronía

Es lo que creo que acaeció entre el padrino Louis Massignon (converso) y el ahijado Jean-Mohammed Abd-el-Jalil (también converso). Ambos vibraban en dos tonalidades: la franciscana y la foucauldiana. Massignon fue terciario franciscano y Jean-M. Abd-el-Jalil fue fraile-sacerdote francsicano (ofm). Massignon fue arabista e iranólogo; y Abd-el-Jalil fue secretario del dicasterio vaticano para el diálogo interreligioso, evidentemente, versado y volcado en el diálogo con el Islam. ¡Cuántas conversaciones, discusiones, debates, reflexiones, buenos deseos, decepciones, bellos proyectos, logros y fracasos pudieron compartir ambos!, de lo cual solo una pequeña parte ha quedado escrita en la correspondencia entre esos conversos de mente y corazón privilegiados.

Creo, pues, que hubo sincronía entre los 2:
- sincronía en los deseos (hacia el Islam);
- sincronía en la vertiente "conversiva" (más dialógica y cultural que puramente apologética y batalladora);
- sincronía en lo eclesial (en un tiempo de cierta ingenuidad, en la que el terrorismo islámico estaba lejos de globalizarse, como hoy, y en un tiempo en el que parecería que todo el líquido amniótico era el debate de todas las propuestas de acción...).



Comparación por paradoja

Aquí estarían o cabrían bajo esta curiosa denominación o etiqueta -cuando estoy en contra de las etiquetas- los "contra-convertidores" o enemigos acérrimos de los convertidores, que, final, curiosa y paradójicamente, acaban convirtiéndose ellos mismos y terminan por ser eso mismo que antes odiaban: "convertidores".

El primero fue el apóstol san Pablo (pasó de perseguidor a convertidor). El segundo -y ahora me voy a la tradición piadosa- debió ser Poncio Pilato (que, según esa tradición, fue trasladado a Irlanda, donde se convirtió y fue enterrado bajo un venerado árbol). Del tercero, cuarto y quinto... hasta el enésimo, tengo cientos de folios escritos, que no es cuestión de meter aquí en pelotón, por el temor a ser tildado de prolijo.

En estos casos se evidencia palmariamente, se muestra a las claras, se palpa en cada gesto y actitud... el gran, inmenso, infinito y, por ello, inabarcable e indefinible poder de la Gracia. «Gracia y pecado» es el título de uno de los tratados teológicos clásicos; aquí se desmenuza en las vidas de estso auténticos santos -canonizados o no- que finalmente se dejan vencer por la Gracia (en todas sus exteriorizaciones y connotaciones). Ya lo dejó escrito Teresa de Jesús: «me forzó para que me hiciera fuerza», y esto lo dice de Dios, la muy atrevida (porque «Teresa no tiene otra palabra que decir que "Dios"», leemos en Solo Dios basta, de Maximiliano Herráiz [Madrid 1982]). Y no se equivocaba Teresa...

Jacob luchó con el ángel y digamos que quedaron en "empate técnico", llevándose cada uno lo que quería -aun sin saberlo- (el uno, Jacob, la voluntad del otro -el ángel- de hacer como deseaba; y el otro, el ángel, la promesa o el pacto, cerrado con la lucha, por el que Jacob sería Israel, continuador de la promesa y heredero de sus maravillas: ser padre de pueblos).

Así acaece desde los tiempos ante-cristianos: todo el creyente que se precie, ha de luchar con Dios; pregúntenselo si no a Jonás -existiera o no-, que es el modelo y paradigma del convertidor peleón. El diminuto libro de Jonás (en la Biblia) viene a ser El principito de la literatura sobre conversos y convertidores: un relato que tiene forma de cuento para niños pero que, asombrosamente, lo leen más los adultos que recuerdan con humor que entraron en la vida siendo niños y saldrán de ella del mismo modo; y por eso sonríen, porque se acuerdan de Jonás y piensan: «es que yo soy un poco Jonás, tan recalcitrante y gracioso, que quiero luchar con Dios pretendiendo ganarle la partida». Pero hete aquí que siempre la acaba ganando Él. Y gracias a Dios, nunca mejor dicho.

(Porque, de no ser así, no habría existido la Iglesia y, sin exagerar, no habría acontecido aún la Encarnación, principio de todos nuestros bienes; pues Dios andaría todavía viéndoselas para vencer al hombre en su empecinamiento por no convertirse [ganar la lucha contra Dios]; pero Él ya ganó a Jonás y eso nos sirve y nos alivia...)


Comparación por humor

Lo anterior nos lleva a proponer este otro grupo (característica que comparten un poco todos los grupos): el humor en el proceso de conversión, tanto de los conversos sencillos como de los conversos que acaban desempeñando el oficio de "convertidor".

He hallado numerosos casos en el ámbito protestante, estupendos ejemplos de figuras preminentes en el protestantismo que, debido a un buen golpe de humor divino -así lo interpretan ellos mismos-, se convierten en fervientes católicos y son investidos automáticamente con la toga o el birrete del 'convertidor'. Me voy a refrenar y sólo transcribo el ejemplo del comunicador Marcus Grodi, pastor presbiteriano casado, a quien Dios le gasta una broma tal, que hasta su esposa se ríe a gusto con Él de él... Dice así:
  
        «Una mañana me levanté antes del amanecer. Tomé mi diario, una silla de plegar y la Biblia y me fui a sentar en un campo al lado de mi iglesia. Era mi hora favorita, cuando los pájaros cantan y despiertan al mundo. (…). A veces observaba a los gorriones y meditaba sobre la sencillez de su vida.

Sentado en silencio en un campo cubierto de rocío esperando que se levantara el sol, leía la Biblia y meditaba sobre las preguntas que me habían inquietado y compartía mis preocupaciones con el Señor. La Biblia me aconsejaba no “apoyarme sobre mi propio entendimiento”, así que estaba decidido a confiar en que Dios me dirigiera.

Estaba pensando abandonar la pastoral y vi que tenía tres opciones. La primera era encabezar un ministerio para jóvenes en una iglesia presbiteriana grande que me había ofrecido el puesto. La segunda era dejar el ministerio y volver a la ingeniería. Y la tercera posibilidad era volver a estudiar, completando mi educación científica para abrir nuevos horizontes en mi profesión. Había sido aceptado en un programa de postgrado en biología molecular en la Universidad Estatal de Ohio. Me quedé pensando sobre estas opciones y pidiendo a Dios que me guiara. “Una voz audible sería extraordinario”, pensé sonriendo, mientras que cerraba los ojos y esperaba la respuesta del Señor. No tenía ni idea en qué forma vendría, pero la respuesta no tardó en venir.

¡Mi ensueño terminó de repente cuando un gorrión gorjeando alegremente voló sobre mí y me ensució la cabeza! “¿Qué me estás diciendo, Señor?”, grité con la angustia de Job. El trino de los pájaros fue la única respuesta. No hubo una voz del cielo (ni siquiera una risa disimulada), sólo los ruidos de la naturaleza despertando de su sueño en un campo de maíz en Ohio. ¿Fue un signo divino o sólo una observación de mi Hermano Pájaro sobre mis preocupaciones? Disgustado, agarré la silla de plegar, tomé la Biblia y regresé a casa.

Más tarde ese día, cuando compartí las tres opciones que consideraba con mi esposa Marilyn y le conté lo del incidente sucio con el pájaro, se rió y exclamó con su sabiduría habitual, “Lo que significa, mi querido Marcus, es que Dios está diciendo: ‘¡Ninguna de las tres!’ ”.

Aunque hubiese preferido un método de comunicación menos humillante sabía que nada sucede accidentalmente y que ni los gorriones ni su excremento caen a tierra sin el conocimiento de Dios. Me tomé esto como una cómica sugerencia de Dios para que permaneciera en el ministerio» (en la obra colectiva de P. Madrid, 2003: pp. 46-47).


Comparación por afinidad profesional

La poetisa Edith Sitwell, conversa por influjo
de la lectura de los sermones del también
 converso cardenal John Henry Newman.
Esto es lo que le ocurrió a Edith Sitwell leyendo los sermones del cardenal Newman. Conversa ella, converso él. Éste por haber leído mucho; ella por haberle leído a él -incluso los sermones de cuando era anglicano todavía...
 
Así es la Gracia de penetrante: se aprovecha de la rendija que le dejamos (la afinidad profesional) para entrar y hacer estragos con nuestros clichés, enfados, traumas y complejos personales, de modo que aquí se prueba de nuevo el clásico principio de que la Gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona.

Él, un literato al uso en cuanto a leer y escribir se refiere (literato eclesiásticamente hablando, claro: en teología, en homilética, etc.).
Ella, una literata en sentido lato (poetisa y crítica literaria), que buenos ratos dedicó a imbuirse de la prosa envolvente y fogosa del eclesiástico inglés, ya difunto.

Sermones decimonónicos convierten a una escritora famosa del siglo XX. Casi diez años antes de morir, Edith se convierte, y ella misma dice que fueron aquellos sermones los que obraron esa 'influencia' para que se produjera con éxito tal conversión.

*         *         *         *         *

También está el sonoro caso del escritor Chesterton y del profesor Joseph Pierce. Este llegó a ser un matón en sus años jóvenes hasta que en la cárcel leyó las obras de Chesterton, y eso le transformó de pies a cabeza; tanto es así que se ha vuelto un chestertoniano y ahora enseña literatura inglesa, comparada y sobre conversos al catolicismo; ha dado muchas entrevistas por todo el mundo, también en España.


Comparación por consanguinidad

Hay numerosos casos de conversos que acaban siendo "convertidores" de su propia familia: padres de familia que, con paciencia y perseverancia y, sobre todo, mucho amor y comprensión, consiguen -con la mediación de la Gracia- la conversión de su esposa, de sus hijos, de algunas nueras y algunos yernos, de algunos sobrinos... O también alguna hija "díscola", como pudo ser Raisa Maritain, que fue el medio para la conversión de su padre, de su madre, de sus hermanos... de su familia entera, amén de muchos otros amigos y colaboradores que pasaban por la casa de los Maritain.

Las matriarcas rusas obligadas a exiliar a Europa occidental a causa de su conversión al catolicismo son otro ejemplo palmario de 'convertidoras' por consanguinidad: con su ejemplo arrastran a la fe católica a muchos de sus familiares: hijos, hermanos, esposos, sobrinos, ahijados, protegidos, parientes lejanos... Entre ellas, las princesas o marquesas o duquesas Rostopchín, Swetchín, Shuvalov y, en especial, Golichín, entre las familias más conocidas de la aristocracia rusa católica de los siglos XVIII y XIX, principalmente (conversas, a su vez, por influjo de grandes jesuitas).

Esto desmiente el dicho plurisecular (Jesús lo menciona en el Evangelio): «No se es profeta en su tierra». Resulta que todos estos "convertidores" por consanguinidad sí que lo son. Y parece que es lo más difícil, ciertamente: el ejemplo cotidiano de las virtudes, la devoción y la entrega total a Dios, mezclado con el cariño y la acogida de sus familiares... todo ello junto ha provocado, a lo largo de la historia, que haya 'convertidores familiares', por decirlo así.

Un ejemplo diverso es el de Alfonso de Ratisbona. Digamos que no fue su familia sino sus amigos, que se sentían como de su familia (en espíritu), los que por medio de la acogida, la escucha, la bondad, la oración de intercesión, el sacrificio, la compasión, etc., lograron preparar a Alfonso para el inesperado encuentro con la Virgen María (la Milagrosa) y su conversión fulminante. Podría ser otro modo de consanguinidad: en el espíritu.

En definitiva: todo don -y el don de la conversión sobre todo- conlleva una gran responsabilidad. Para muchos, esa responsabilidad se traduce en comunicar el mismo don y en compartirlo -con la ayuda de la Gracia- con sus congéneres, sus semejantes... de modo que la conversión personal acaba siendo, de modos diversos, conversión colectiva.

20.5.19

El Espíritu Santo, según santa Teresa de Jesús (del P. Jesús Castellano, ocd)

(Publicación del escrito mecanografiado de 2 páginas sobre El Espíritu Santo, escrito por el padre Jesús Castellano Cervera, carmelita descalzo valenciano, nacido en 1941 y muerto en 2006.)


El Espíritu Santo

El Espíritu Santo está hoy presente en la Iglesia. Hablan de él los teólogos como quizá no lo han hecho en otros tiempos; lo invocan los fieles con una convicción inusitada. Ya no es el "gran desconocido", como se ha podido afirmar en otros tiempos. Y a este conocimiento e invocación respond el Espíritu con una abundante presencia de sus carismas y sus frutos.

Para Teresa de Jesús, el Espíritu Santo no fue un Dios desconocido. En el Congreso de Pneumatología celebrado en en Roma en el mes de marzo, un teólogo preguntó si había en los místicos católicos una sensibilidad a su presencia y citó entre otros a Santa Teresa. La respuesta es obvia. Teresa de Jesús es sensible a la acción del Espíritu y subraya en sus escritos la función que tiene en la vida cristiana.

De la devoción personal a la experiencia mística. El primer recuerdo explícito de una devoción particular al Espíritu Santo en la vida de la Santa lo encontramos en Vida 24,5. El confesor de Teresa en el momento que lucha por estabilizarse en la conversión es el P. Juan de Prádanos; de él viene este consejo: «Él me dijo que lo encomendase a Dios unos días y rezase el himno de "Veni Creator" porque me diese luz de cuál era lo mejor». Mientras Teresa recita el himno litúrgico recibe una de las primeras gracias místicas. En un rapto oye la palabra del Señor que hace en ella una operación singular: la sana definitivamente en lo que para ella había sido durante muchos años su debilidad: su afectividad. Experimenta a la vez equilibrio en el amor y libertad; dos dones característicos del Espíritu Santo: amor verdadero y libertad de los hijos de Dios. La devoción de la Madre se concentra, al ritmo del año litúrgico, en la fiesta de Pentecostés con su preparación y su octavam en lo que entonces se llamaba, y Teresa nos conserva la memoria, «La Pascua del Espíritu Santo». Se puede afirmar que el Espíritu pagó con creces la devoción teresiana otorgándole gracias singulares de auténtico sabor litúrgico en esas fechas; la más sonada fue la de Pentecostés de 1563 cuando ya la Santa estaba en el Carmelo de San José, relatada en Vida 38,9-11; se trata de un episodio que hay que saborear en toda su gracia, tal como nos lo confía la Madre; precede la lectura del Cartujano sobre la fiesta de Pentecostés; sigue la conciencia que ella demuestra de poseer, por los frutos que ve en su vida, el Espíritu; y mientras su lengua pronuncia oraciones de alabanza, siente sobre su cabeza un aleteo de una singular paloma que le deja en el corazón la presencia de «tan buen huésped» con efectos de amor y de sosiego interior que le duran durante varios días. Es hermoso recordar la coincidencia de la expresión teresiana con la palabra litúrgica de la Secuencia de Pentecostés «Dulcis Hospes Animæ». Pero en la descripción teresiana están marcados como en filigrana los dones del Espíritu: quietud, gozo, consuelo, gloria, «subido amor de Dios» y fortaleza grande. Es el Pentecostés de la Madre, recordado siempre por ella con inmenso agradecimiento (cfr. Relación 67).

El inspirador de sus escritos. Uno de los rasgos más característicos de la iconografía teresiana es la presencia de una paloma, símbolo del Espíritu Santo, que con sus rayos ilumina a Teresa en su actividad de escritora. Simbolismo audaz que coloca a la Santa bajo la gracia de una inspiración del Espíritu y hace de sus escritos "celestial doctrina" como recuerda la liturgia. El símbolo iconográfico responde al testimonio [cambio del folio 1 al folio 2, en el mecanografiado original] teresiano. Cuando la Madre se adentra en las Moradas espirituales, las que más quedan caracterizadas por la acción del Espíritu, es espontáneo el gesto de pedir luz al Señor e invocar la acción sugeridora del Santo Pneuma. Así empieza las IV Moradas: «Para comenzar a hablar bien he menester lo que he hecho, que es encomendarme al Espíritu Santo y suplicarle de aquí adelante hable por mí, para decir algo de las (moradas) que quedan de manera que lo entendáis». De manera implícita al iniciar las quintas moradas: «Enviad, Señor mío, del cielo luz para que yo pueda dar alguna (luz) a estas vuestras siervas...» (Moradas V 1,1); y de nuevo en el paso de las quintas a las sextas moradas, cuando aumenta la inefabilidad, la súplica al Espíritu y la confianza en Él se afianzan: «Si su Majestad y el Espíritu Santo no menea la pluma, bien sé que será imposible... Pues vengamos con el favor del Espíritu Santo a hablar de las sextas moradas...» (Moradas V 4,11 y VI 1,1). Estamos en las moradas de las «maravillas de Dios» donde el Espíritu se hace presente a través de dones, carismas y operaciones espirituales que parece derramar con abundancia en el corazón de Teresa. Y todavía en las séptimas la alusión implícita: «Plega a su Majestad si es servido menee la pluma y me dé a entender» (Moradas VII 1,2). Nos sorprende la actitud de confianza y de docilidad que por otra parte confirman las "gracia" que fluye en la precisión teológica y en la riqueza expresiva con que la Madre ha plasmado, bajo la acción del Espíritu, páginas densas de espiritualidad que resisten al reto de los tiempos.

La mediación del Espíritu en la oración y en la vida. Con tres pinceladas características la Santa ha descrito con precisión teológica la acción del Espíritu Santo en la vida cristiana. La primera es la acción del Espíritu en la oración del cristiano; después de haber comentado las resonancias bíblicas de la palabra «Padre» en un diálogo intenso con el «Hijo» que con nosotros es maestro y orante, la Santa escribe: «Entre tal Hijo y tal Padre forzado ha de estar el Espíritu Santo, que enamore vuestra voluntad y os la ate tan grandísimo amor, ya que no baste para esto tan gran interés» (Camino 27,7). La oración cristiana del «Abbá: ¡Padre!» está suscitada por el amor mismo del Espíritu que enamora y ata nuestra voluntad para orar como debemos. La segunda alusión es la afirmación teresiana [de] que toda la vida cristiana se realiza «con el calor del Espíritu Santo» (Moradas V 2,3); intuición feliz que coloca toda la economía de la gracia y de los sacramentos bajo la acción cuasi maternal del Espíritu que con su calor permite la plena eficacia sacramental y el crecimiento del alma en su conformación con Cristo; toda la vida cristiana pero especialmente todo el sentido de la aventura cristiana como transformación progresiva en Cristo hay que atribuirla a la acción santificante del Espíritu. Finalmente, y esta es la tercera alusión, una experiencia de la Santa asumida como categoría teológica de gran hondura: «Paréceme a mí que el Espíritu Santo debe ser medianero entre el alma y Dios y el que la mueve con tan ardientes deseos que la hace encender en fuego soberano, que tan cerca está» (Conceptos de Amor de Dios 5,5). En efecto, el Espíritu con su presencia en el hombre constituye la mediación absolutamente necesaria para la presencia de Cristo y de cualquier realidad sobrenatural. Teresa lo ha sentido en muchas ocasiones cuando la santificación progresiva ha ido marcando nuevas presencias y nuevos frutos de amor.

No se agota aquí la doctrina teresiana acerca del Espíritu Santo. Pero puede bastar esta síntesis de un aspecto. Para despertar el interés no tanto por un capítulo de su doctrina sino por una realidad de nuestra vida que Teresa ha vivido con clara conciencia y devoción singular: la presencia del Espíritu Santo en el cristiano.

P. Jesús Castellano Cervera, ocd.
Una breve necrológica del P. Jesús, a los pocos días de haber fallecido en 2006, se puede hallar en la página de noticias que tenía entonces la Orden del Carmelo Teresiano en su página web antigua (véase aquí). 

El presente escrito parece que es un inédito del padre Jesús, conclusión sacada tras haber consultado la más completa bibliografía del padre, elaborada por el padre Dionisio Tomás Sanchis, ocd, y publicada en 2007 en la revista romana y carmelitana Archivum Bibliographicum Carmeli Teresiani (Teresianum, Roma), nº 47. A falta de consultar el "addendum" a la misma, hecho por el mismo P. Dionisio, y publicado en la misma revista, como uno de los artículos de su número 50 (en 2010).
Una edición muy teresiana de esta entrada, en el blog de Mª José Pérez, ocd, llamado Teresa de Jesús, de la rueca a la pluma (en Para vos nací, - V Centenario del nacimiento de la Santa, 1515-2015): http://delaruecaalapluma.wordpress.com/2014/02/07/el-espiritu-santo-en-teresa-de-jesus/