Palabras en labios impuros
pronunciadas impíamente,
sacrílegas e indecentes…
mas pretenden ser acogidas,
escuchadas y asentidas.
Pero el pudor y el buen hacer
fuertes, duros, les desaprueban…
Descúbrenle la falacia ser
su norma y su patrón de veras.
Aquí, el desencanto.
Allí, el escándalo.
Sin remordimiento ni vergüenza,
sin vida propia ni conciencia,
sin voz interna que le avisa
que es terreno sagrado el que pisa
con su habla infame y grosera.
(Roma, 2001)
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