(en el día de san Ignacio de Antioquía, obispo y mártir [†107])
--lectura de laudes del 'Común de un mártir'--
«¡Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios del consuelo! Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios. Si los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, gracias a Cristo rebosa en proporción nuestro ánimo» (2 Cor 1, 3-5).
«Tengo el ánimo por los suelos», decimos a veces; «Estoy muy animado», decimos otras; «No me siento con ánimo, la verdad...», confesamos en algunas ocasiones; y, en otras, exclamamos admirados ante ciertos congéneres nuestros: «¡Qué ánimo que tiene, estoy asombrado! Hasta espabila a los muertos». Parece que es cuestión de ánimo; el ánimo...
¿Y qué o quién es el ánimo para que nos agarre sin soltarnos -como a presos- y nos suba o nos baje o nos traiga y nos lleve, e incluso nos arrastre, por los tortuosos laberintos de la afectividad -recordando un título del pensador José Antonio Marina-, o para que nos convierta en poderosos baluartes contra la desesperanza o nos hunda en lo más recóndito de los abismos, allá en donde nadie osa pronunciar palabra alguna, por incapacidad de pronunciarla o por temor a no ser escuchado siquiera...?
El ánimo, esa poderosa arma o herramienta o elemento constitutivo de nuestro ser como humanos. ¿Los seres animales tendrán ánimo? No estoy muy seguro. Lo que sí sé es que los seres humanos sí que lo tenemos y que nos ocasiona cuantiosos problemas si no sabemos manejarlo o educarlo o amaestrarlo; o bien, por el contrario, nos proporciona innumerables y constantes experiencias de 'éxtasis' -tomando el significado que le da el profesor Alfonso López Quintás- cuando está centrado o parte -en su recorrido vital- desde el centro de nuestra persona, desde el núcleo (corazón-mente, en latín: cor,cordis + mens,mentis), hasta los extremos de nuestro ser (sean éstos los dedos de las extremidades o bien sus prolongaciones -siguiendo la sugestiva interpretación del sociólogo de la comunicación Marshall McLuhan según el cual "el medio es el mensaje..., el medio es el masaje", por lo que las prolongaciones vendrían a ser: el ratón [mouse] o puntero la prolongación para el dedo de la mano; y la rueda del automóvil o del tren de alta velocidad, para el pie...-).
En medio de esta aparente paradoja -ánimo sí, ánimo no; ánimo bajo, ánimo alto; etc.- acaece el acontecimiento «Dios»: Dios acontece, se hace presente de manera salvífica, restauradora, misericordiosa y transformante. Veamos cómo.
2) Dios
En el epígrafe anterior -con toda la intención- no he citado una sola vez la Biblia; en él no hay sombra de Dios -en principio- sino solo del hombre; y ya sabemos que cuando al hombre se le deja solo ("solo de la mano de Dios", decimos en expresión popular), no termina de distinguir su mano derecha de la izquierda..., como los ninivitas del tiempo de Jonás (cf. Jon 4, 11), y como Jonás mismo, que no distinguía lo suyo de lo de Dios, puesto que todo era una sola cosa y no podía haber distinción: Dios le alimentaba, Dios le animaba, Dios le mandaba a profetizar, Dios le protegía del sol, Dios le daba la sombra del ricino, Dios se la quitaba -para que aprendiera el valor de las cosas, valor desde Dios-, Dios le... Dios era el centro, y Jonás no acababa de aceptarlo en la práctica: si Dios es el centro, el pecado no tiene importancia absoluta, acaba por ser una anécdota -amarga, ciertamente, pero anécdota al fin y al cabo-; y eso no lo podía tolerar Jonás, tan apegado a las formas y a la ley, y sabedor al mismo tiempo de la misericordia infinita de Dios y de su ser inabarcabale y omnipotente. Jonás, buen conocedor de Dios... ¡Por eso huye de Él! Porque no hay quien resista en su presencia si su centro (corazón-mente) no está centrado en Él; y Jonás andaba centrado en sus cálculos y cábalas de cómo tendría que ser la salvación: éstos sí, y aquéllos no; y a los ninivitas, que les parta un rayo: ¡por haber sido malos y desleales a Dios! Y ya está, sin vuelta de hoja (qué gracioso era este Jonás). Pero es que la salvación -gracias a Dios- es de otra manera; ¿acaso Jonás hubiera resistido un juicio divino como el del justo Job? A lo mejor, a lo mejor... Pero quizá se hubiera quedado solo en el mundo; solo él y Dios; y ya dice el Génesis que «no es bueno que el hombre esté solo» (Gén 2, 18); ¿qué sentido tendría un mundo con Jonás y Dios solo? Jonás es profeta -ha recibido esa vocación de parte de Dios- no para sí mismo, sino "para los otros". Y si elimina a "los otros", ¿con qué se queda? ¿Consigo mismo solamente? ¡Pues vaya un aburrimiento! La cosa no funciona así; y Jonás, en el fondo, lo sabe; por eso huye, porque no halla solución a esta paradoja, ¡la gran paradoja! Dios es potente y justo, terrible y temido... pero también «es clemente y misericordioso», «lento a la cólera y rico en clemencia», como nos recuerda el salmista y de él se hace eco Jonás (cf. Jon 4, 2b); o el mismo Pablo: «Padre de misericordia y Dios del consuelo» (2 Cor 1, 3). Jonás viaja de acá para allá, llevado por ese ánimo descontrolado de querer controlar el destino (el propio, el ajeno). Pero sabe que antes o después tendrá que sucumbir y dejarse 'animar' por Dios. Hasta que, por fin, lo hace: se pone en pie, se sacude la modorra espiritual, va a Nínive, predica la conversión, profetiza el oráculo divino -en verdad y desde la verdad-, y obtiene su fruto. Claro, eso ya lo sabía Jonás: «toda palabra tendrá su fruto» (cf. Is 55, 10-11); y por eso se había desanimado en su oficio, porque -según sus cálculos- los ninivitas habían pecado y tenían que pagar por ello (el que la hace, la paga) y el cortocircuito que significaba la misericordia de Dios... eso no estaba en sus planes, porque daría con éstos al traste... ¡y eso no podía ser de ningún modo!
¿Pero de qué 'ánimo' estamos hablando cuando nos referimos a que Jonás se dejó 'animar' por Dios? Y sacó el ciento por uno de fruto...
3) El testimonio
O "martýrion", aposición al testimonio; el testigo, el mártir. Para testimoniar con la vida o con la existencia humana, hace falta recibir el suficiente 'ánimo' como para no desfallecer a medio camino o incluso antes de haber comenzado a testimoniar... ¿De dónde viene ese ánimo? ¿Por qué nos viene? ¿Para qué lo recibimos?
«Él nos alienta en nuestras luchas hasta el punto de poder nosotros alentar a los demás en cualquier lucha, repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios». De Dios viene y a Dios va; de Él nos viene y va dirigido a nuestros hermanos, viva imagen de Dios, del Cristo sufriente, martirial en carnes propias. Quizá nosotros no debamos sufrir en directo, sino solo animar a los que sufren de verdad; ése ya es un testimonio, ése ya es un válido martirio, el de ser cauce del 'ánimo martirial' con el único fin de animar a los siervos del Señor, a los servidores de la Palabra, a los apóstoles de la caridad, a los diáconos del servicio a la comunidad, a los pobres de Yahvéh... El ánimo no es propio ni para uno mismo. El ánimo es para darlo, para servirlo en raciones o a tutiplén, según sean las circunstancias. Las de Ignacio de Antioquía fueron los leones, que lo convirtieron en «trigo de Dios» (palabras textuales del propio Ignacio en una de sus cartas a las Iglesias).
Pero uno puede pensar que si el 'ánimo' no es de uno ni para uno, ¿entonces qué? ¿Qué pasa conmigo, si al final, no me queda ánimo para animar o ni siquiera para estar o para ser...? En realidad, ese 'ánimo' que nos viene de Dios tiene la propiedad distributiva en sí: se distribuye según la necesidad del momento; una parte va para el mártir, el testimonio fiel; otra parte va para el mediador de ese ánimo (que ahí puede encontrarse uno mismo); otra parte va para los que ven, presencian o tienen noticia de todo el asunto (a ellos les llega también el testimonio, por vía indirecta); y otra parte permanece en la escena de todo este auténtico 'teodrama' -recordando la serie teodramática del gran teólogo y creativo Hans Urs von Balthasar- para cualquier viandante, transeúnte o pasante incircunstancial; es decir, para todo aquel que, por las ruecas del destino, haya de pasar por aquí..., también para él hay una parte de 'animo'. Recordemos: «repartiendo con ellos el ánimo que nosotros recibimos de Dios»; partes hay para todos; el 'ánimo' llega para todos y aún sobra...
'Ánimo' para la experiencia de vida cristiana; 'ánimo' para los momentos cruciales de testimonio especial; 'ánimo' para lo cotidiano y 'ánimo' para lo extraordinario; 'ánimo' para dar y 'ánimo' para tomar; alimentarse de este 'ánimo' es beber en las fuentes de vida eterna: que hacen que lo de hoy sea poco (el presente) y haga falta también el mañana (el futuro) y aún el ayer (el pasado), para purificarlo y que sea fuente -él también- de ánimo salvífico.
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Responsorio de la lectura propia del Oficio de Lecturas de S. Ignacio de Antioquía:
«Nada os es desconocido si mantenéis de un modo perfecto, en Jesucristo, la fe y la caridad, que son el principio y el fin de la vida: El principio es la fe, el fin la caridad.
»Revestíos de mansedumbre y convertíos en criaturas nuevas por medio de la fe, que es como la carne del Señor, y por medio de la caridad, que es como su sangre. ---El principio es la fe, el fin la caridad.»
Buena enseñanza acerca del ánimo que recibimos de Dios para repartirlo con los demás. Muy gráfico y clarificador el proceso del ánimo en Jonás.
ResponderEliminar¡Gracias por escribir!
Gracias a ti, Charo, por leer y por comentar, y por 'animarte' también, con estas humildes reflexiones...
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