Una vez presentada la sinopsis de los 4 Evangelios (como material de ayuda o complementario) para las celebraciones del Jueves Santo (tarde [aquí] y noche [aquí]), del Viernes Santo (tarde y noche [aquí]), presento aquí lo equivalente -los textos bíblicos encajados unos con otros, cronológicamente hablando, tomados de los 4 Evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan)- correspondientes a la celebración de la gran Vigilia Pascual, .«la madre de todas las vigilias» (S. Agustín), la misa del día del Domingo de Resurrección, la misa vespertida del mismo Domingo de Resurrección, así como toda la Octava de Pascua, durante cuyos días se van ofreciendo al pueblo de Dios cada uno de esos textos.
RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
SEGÚN LOS CUATRO
EVANGELISTAS
(Desde la Resurrección hasta
las apariciones en Galilea)
La Resurrección del Señor
(domingo de resurrección por la mañana)
Un ángel del Señor bajó del cielo, se acercó, hizo rodar la losa del sepulcro y se sentó en ella
(Mt 28,1-4 – Mc 16,1-4 – Lc 24, 1-3 – Jn 20,1)
Pasado el sábado, María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé
compraron perfumes para ir a embalsamarlo. El primer día de la semana, muy de
madrugada, al rayar el alba, antes de salir el sol, volvieron al sepulcro
llevando los aromas preparados. Iban diciéndose: “¿Quién nos rodará la losa de
la puerta del sepulcro?”. De pronto hubo un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del
cielo, se acercó, hizo rodar la losa del sepulcro y se sentó en ella. Su
aspecto era como un rayo, y su vestido blanco como la nieve. Los guardias
temblaron de miedo y se quedaron como muertos. [Las mujeres] levantaron los ojos, y se encontraron con que la piedra había sido
rodada del sepulcro; era muy grande. Entraron en el sepulcro y no encontraron
el cuerpo de Jesús, el Señor.
Se
han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto
(Lc 24,12 – Jn 20,2-10)
Entonces [María Magdalena] fue corriendo a decírselo a Simón Pedro y
al otro discípulo preferido de Jesús; les dijo: “Se han llevado del sepulcro al
Señor y no sabemos dónde lo han puesto”.
Pedro y el otro discípulo, se levantaron
y salieron corriendo hacia el sepulcro los dos juntos. El otro discípulo corrió
más que Pedro, y llegó antes al sepulcro; se asomó y vio los lienzos por el
suelo, pero no entró.
En seguida llegó Simón Pedro, se asomó, entró en el
sepulcro y sólo vio los lienzos por el suelo; el sudario con que le habían
envuelto la cabeza no estaba en el suelo con los lienzos, sino doblado en un
lugar aparte. Entonces entró el otro discípulo que había llegado antes al
sepulcro, vio y creyó; pues no había entendido aún la Escritura según la cual
Jesús tenía que resucitar de entre los muertos. Los discípulos se volvieron a
su casa, maravillados de lo ocurrido.
(muy importante este texto anterior: "vio y creyó"; porque la Resurrección del Señor es el mayor signo: para que creamos, para que viéndolo, creamos, como creyó aquel discípulo amado de Jesús;
el resto de cosas que vendrán después, con ser muy importantes, nacen y surgen de esta anterior:
la fe en la Resurrección... porque si no creemos, entonces... ya nos pueden contar la Biblia en verso...)
“No está aquí. Ha resucitado. Va delante de vosotros a Galilea”
(Mt 28,5-7 – Mc 16,5-7 – Lc 24,4-8)
Entraron en el sepulcro y, al ver a un joven sentado a la derecha,
vestido con una túnica blanca, se asustaron y bajaron los ojos. Mientras
estaban desconcertadas por esto, se presentaron dos varones con vestidos
deslumbrantes. Pero
el ángel, dirigiéndose a las mujeres, les dijo: “No os
asustéis; sé
que buscáis a Jesús nazareno, el crucificado. ¿Por
qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado, como dijo. Venid, ved
el sitio donde lo pusieron. Recordad lo que os dijo
estando aún en Galilea, que el hijo del hombre debía ser entregado en manos de
pecadores, ser crucificado y resucitar al tercer día”. Ellas se acordaron de estas palabras. [Y continuó:] “Id en seguida a decir a
sus discípulos y a Pedro: Ha resucitado de entre los muertos y va delante de
vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como él os dijo”.
“¡María!”. “¡Rabbuní!”
(Jn 20,11-17)
María se quedó fuera, junto al sepulcro, llorando. Sin dejar de
llorar, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles con vestiduras blancas,
sentados uno a la cabecera y otro a los pies, donde había sido puesto el cuerpo
de Jesús. Ellos le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?”. Contestó: “Porque se han
llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto”. Al decir esto, se volvió
hacia atrás y vio a Jesús allí de pie, pero no sabía que era Jesús. Jesús le
dijo: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”. Ella, creyendo que era el
hortelano, le dijo: “Señor, si te lo has llevado tú, dime dónde lo has puesto,
y yo iré a recogerlo”. Jesús le dijo: “¡María!”.
Ella se volvió y exclamó en hebreo: “¡Rabbuní!” (es decir, “¡Maestro!”). Jesús
le dijo: “Suéltame, que aún no he subido al Padre; anda y di a mis hermanos que
me voy con mi Padre y vuestro Padre, con mi Dios y vuestro Dios”.
Aquellas palabras les parecieron un delirio, y no las creían
(Mt 28,8 – Mc 16,8-11 – Lc 24,9-11 – Jn 20,18)
Ellas salieron huyendo y se alejaron a toda prisa del sepulcro, porque
se había apoderado de ellas el temor y el espanto, y no dijeron nada a nadie
porque tenían miedo. Regresaron del sepulcro; con miedo y gran alegría corrieron a llevar la
noticia a los discípulos y contaron todo a los once
y a todos los demás. Jesús resucitó al amanecer del primer día de la semana, y
se apareció primero a María Magdalena, de la que había lanzado siete demonios.
María Magdalena fue a decir a los discípulos, a los que habían andado con él,
que estaban llenos de tristeza y llorando, que había visto al Señor y a anunciarles
lo que él le había dicho. Ellos, al oír que vivía y que ella lo había visto, no lo creyeron. Eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que
estaban con ellas las que decían estas cosas a los apóstoles. Aquellas palabras
les parecieron un delirio, y no las creían.
Jesús salió a su encuentro
(Mt 28,9-10)
De
pronto Jesús salió a su encuentro y les dijo: “Dios os guarde”. Ellas se acercaron,
se agarraron a sus pies y lo adoraron. Jesús les dijo: “No tengáis miedo; id y
decid a mis hermanos que vayan a Galilea, que allí me verán”.
“Decid que sus discípulos fueron de noche y lo robaron”
(Mt 28,11-15)
Mientras
ellas se iban, algunos de los guardias fueron a la ciudad y contaron a los
sumos sacerdotes todo lo que había ocurrido. Éstos se reunieron con los
ancianos y acordaron en consejo dar bastante dinero a los soldados,
advirtiéndoles: “Decid que sus discípulos fueron de noche y lo robaron mientras
dormíais. Y si eso llega por casualidad a oídos del gobernador, nosotros le
convenceremos y conseguiremos que no os castigue”. Ellos tomaron el dinero e
hicieron como les habían dicho. Y este rumor se divulgó entre los judíos hasta
el día de hoy.
Dos de ellos se dirigían a Emaús
(Lc 24,13-35)
Aquel
mismo día, dos de ellos se dirigían a una aldea llamada Emaús, distante de
Jerusalén unos trece kilómetros. Iban hablando de todos estos sucesos; mientras
ellos hablaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar con
ellos. Pero estaban tan ciegos que no lo reconocían. Y les dijo: “¿De qué
veníais hablando en el camino?”. Se detuvieron entristecidos. Uno de ellos,
llamado Cleofás, respondió: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no
sabes lo que ha sucedido en ella estos días?”. Él les dijo: “¿Qué?”. Ellos le
contestaron: “Lo de Jesús de Nazaret, que fue un profeta poderoso en obras y
palabras ante Dios y ante todo el pueblo, cómo nuestros sumos sacerdotes y
nuestras autoridades lo entregaron para ser condenado a muerte y lo
crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, pero a
todo esto ya es el tercer día desde que sucedieron estas cosas. Por cierto que
algunas mujeres de nuestro grupo nos han dejado asombrados: fueron muy temprano
al sepulcro, no encontraron su cuerpo y volvieron hablando de una aparición de
ángeles que dicen que vive. Algunos de los nuestros fueron al sepulcro y lo
encontraron todo como las mujeres han dicho, pero a él no lo vieron”. Entonces
les dijo: “¡Qué torpes sois y qué tardos para creer lo que dijeron los
profetas! ¿No era necesario que Cristo sufriera todo eso para entrar en su
gloria?”. Y empezando por Moisés y todos los profetas, les interpretó lo que
sobre él hay en todas las Escrituras. Llegaron a la aldea donde iban, y él
aparentó ir más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con
nosotros, porque es tarde y ya ha declinado el día”. Y entró para quedarse con
ellos. Se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo
dio. Entonces sus ojos se abrieron y lo reconocieron; pero él desapareció de su
lado. Y se dijeron uno a otro: “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba
en el camino y nos explicaba las Escrituras?”. Se levantaron inmediatamente,
volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los once y a sus compañeros, que
decían: “Verdaderamente el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón”.
Ellos contaron lo del camino y cómo lo reconocieron al partir el pan.
“¡La paz esté con vosotros!”
(Jn 20,19-23)
En la
tarde de aquel día, el primero de la semana, y estando los discípulos con las
puertas cerradas por miedo a los judíos, llegó Jesús, se puso en medio y les
dijo: “¡La paz esté con vosotros!”. Y les enseñó las manos y el costado. Los
discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Él repitió: “¡La paz esté
con vosotros! Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros”. Después
sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis
los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos”.
“Ved mis manos y mis pies.
Soy yo mismo”
(Lc 24,36-49)
Estaban hablando de todo esto, cuando Jesús mismo se presentó en medio
de ellos y les dijo: “La paz esté con vosotros”. Aterrados y llenos de miedo,
creían ver un espíritu. Él les dijo: “¿Por qué os asustáis y dudáis dentro de
vosotros? Ved mis manos y mis pies. Soy yo mismo. Tocadme y ved que un espíritu
no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”. Dicho esto, les mostró las
manos y los pies. Y como ellos no creían aún de pura alegría y asombro, les
dijo: “¿Tenéis algo de comer?”. Le dieron un trozo de pez asado. Lo tomó y
comió delante de ellos. Luego les dijo: “De esto os hablaba cuando estaba
todavía con vosotros: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito
acerca de mí en la ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”. Entonces
les abrió la inteligencia para que entendieran las Escrituras. Y les dijo:
“Estaba escrito que el mesías tenía que sufrir y resucitar de entre los muertos
al tercer día, y que hay que predicar en su nombre el arrepentimiento y el
perdón de los pecados a todas las naciones, comenzando por Jerusalén. Vosotros
sois testigos de estas cosas. Sabed que voy a enviar lo que os ha prometido mi
Padre. Por vuestra parte quedaos en la ciudad hasta que seáis revestidos de la
fuerza de lo alto”.
Tomás no estaba con
ellos cuando llegó Jesús
(Jn 20,24-29)
Tomás,
uno de los doce, a quien llamaban “el Mellizo”, no estaba con ellos cuando
llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “Hemos visto al Señor”. Él les
dijo: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el
lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creo”. Ocho días después,
estaban nuevamente allí dentro los discípulos, y Tomás con ellos. Jesús llegó,
estando cerradas las puertas, se puso en medio y les dijo: “¡La paz esté con
vosotros!”. Luego dijo a Tomás: “Trae tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu
mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente”. Tomás
contestó: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús dijo: “Has creído porque has visto.
Dichosos los que creen sin haber visto”.
Ella fue a decírselo a los que habían andado con él
(Mc 16,9-16)
Jesús
resucitó al amanecer del primer día de la semana, y se apareció primero a María
Magdalena, de la que había lanzado siete demonios. Después de esto se apareció
con una figura distinta a dos de ellos en el camino, cuando iban al campo.
Éstos volvieron a dar la noticia a los demás, pero tampoco les creyeron.
Después se apareció a los once estando a la mesa, y les reprendió su
incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que lo habían
visto resucitado de entre los muertos.
Jesús se manifestó de nuevo a los discípulos en el mar de Tiberíades
(Jn 21,1-14)
Jesús se manifestó de nuevo a los discípulos en el mar de Tiberíades. Fue
de este modo: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás “el Mellizo”, Natanael el de
Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les
dijo: “Voy a pescar”. Le contestaron: “Nosotros también vamos contigo”. Salieron
y subieron a la barca. Aquella noche no pescaron nada. Al amanecer, estaba
Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les
dijo: “Muchachos, ¿tenéis algo que comer?”. Le contestaron: “No”. Él les dijo:
“Echad la red al lado derecho de la barca y encontraréis”. La echaron, y no
podían sacarla por la cantidad de peces. Entonces el discípulo preferido de
Jesús dijo a Pedro: “Es el Señor”. Simón Pedro, al oír que era el Señor, se
vistió, pues estaba desnudo, y se echó al mar. Los demás discípulos llegaron
con la barca, ya que no estaban lejos de tierra, a unos cien metros,
arrastrando la red con los peces. Al saltar a tierra, vieron unas brasas y un
pescado sobre ellas, y pan. Jesús les dijo: “Traed los peces que acabáis de
pescar”. Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red llena de ciento
cincuenta y tres peces grandes. Y, a pesar de ser tantos, no se rompió la red.
Jesús les dijo: “Venid y comed”. Ninguno de los discípulos se atrevió a
preguntarle: “¿Tú quién eres?”, pues sabían que era el Señor. Entonces Jesús se
acercó, tomó el pan y se lo dio; y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez
que se apareció a los discípulos después de haber resucitado de entre los muertos.
“Simón, hijo de Juan, ¿me amas?”
(Jn 21,15-19)
Después
de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que
éstos?”. Pedro le contestó: “Sí, Señor, tú sabes que te amo”. Jesús le dijo:
“¡Apacienta mis corderos!”. Por segunda vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan,
¿me amas?”. Él le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te amo”. Jesús le dijo:
“¡Apacienta mis ovejas!”. Por tercera vez le preguntó: “Simón, hijo de Juan,
¿me amas?”. Pedro se entristeció porque le había preguntado por tercera vez si
lo amaba, y le respondió: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo”. Jesús
le dijo: “¡Apacienta mis ovejas!”. “Te aseguro que cuando eras más joven, tú
mismo te sujetabas la túnica con el cinturón e ibas adonde querías; pero cuando
seas viejo, extenderás tus manos, otro te la sujetará y te llevará adonde tú no
quieras”. Dijo esto para indicar con qué muerte iba a glorificar a Dios.
Después añadió: “¡Sígueme!”.
Éste es el discípulo que da testimonio de estas cosas
(Jn 21,20-24)
Pedro se volvió y vio que lo seguía el discípulo preferido de Jesús,
el que en la pascua se recostó en su pecho y le había preguntado: “Señor,
¿quién es el que te va a entregar?”. Pedro, al verlo,
dijo a Jesús: “Señor, y éste, ¿qué?”. Jesús le dijo: “Si yo quiero que éste se
quede hasta que yo venga, a ti ¿qué? Tú sígueme”. Y entre los hermanos se
corrió la voz de que aquel discípulo no moriría. Y no le dijo que no moriría,
sino: “Si quiero que él quede hasta que yo venga, a ti ¿qué?”. Éste es el discípulo
que da testimonio de estas cosas, y el que las ha escrito; y sabemos que su
testimonio es verdadero.
Fueron a Galilea. “Id y predicad el evangelio”
(Mt 28,16-18 – Mc 16,15-18)
Los
once discípulos fueron a Galilea, al monte que Jesús había señalado, y, al
verlo, lo adoraron. Algunos habían dudado hasta entonces. Jesús se acercó y les
dijo: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura y haced discípulos míos en
todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. El que crea y sea bautizado se salvará, pero el que no crea se
condenará. A los que crean les acompañarán estos prodigios: en mi nombre
echarán los demonios; hablarán lenguas nuevas; agarrarán las serpientes y,
aunque beban veneno, no les hará daño; pondrán sus manos sobre los enfermos y
los curarán. Y
sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”.
Se separó de ellos y subió al cielo
(Mt 28,19-20 – Mc 16,19-20 – Lc 24,50-53)
Jesús, el Señor, después de haber hablado con
ellos, los sacó hasta cerca de Betania. Levantó las manos y los bendijo. Y
mientras los bendecía, se separó de ellos y subió al cielo, y se sentó a la
diestra de Dios. Ellos lo adoraron y se volvieron a Jerusalén llenos de
alegría. Se fueron a predicar por todas partes. Estaban continuamente en el
templo bendiciendo a Dios. El Señor cooperaba con ellos y confirmaba su
doctrina con los prodigios que los acompañaban.
Estos milagros han sido escritos para que creáis. Otras muchas cosas hizo Jesús
(Jn 20,30-31; 21,25)
Otros muchos milagros hizo
Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritos en este libro.
Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el mesías, el hijo de
Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre. Otras
muchas cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, me parece que en el
mundo entero no cabrían los libros que podrían escribirse.
Detalle de la Resurrección del Señor (pintado por "El Greco")
(Fuentes de las imágenes: aquí, aquí, aquí, aquí, aquí, aquí y aquí; y más textos y reflexiones aquí)
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