(Publicado en Revista de Espiritualidad, Madrid, 2010, nº 277, pp. 607-614)
Tras los 45 años de la clausura del Concilio Vaticano
II (1965-2010) ofrezco una serie de notas
personales de los diversos libros que han ido configurando mi reciente descubrimiento
y disfrute del acontecimiento por antonomasia de la Iglesia católica en el
siglo XX.
Distingo entre padres,
hijos y nietos del CVII. Para justificar esta distinción, argumento así:
los Padres conciliares engendraron y dieron a luz el Concilio; los hijos sería
la generación siguiente (v.gr., los del 68); y los nietos somos los que
conformamos la generación subsiguiente: no vivimos en carnes propias la preparación
ni la celebración conciliar ni el pontificado de Pablo vi, sino que somos producto de todo ello. Hijos del
posconcilio, todo es nuevo para nosotros: el sufrimiento del antes, la pasión del durante y parte de la vivencia del después, con la visión de las cosas casi
medio siglo más tarde.
Valga decir antes de empezar que ahora me siento muy a
gusto entre todos los grandes teólogos conciliares (no digo ya conciliaristas o
no, que eso es otro debate en el que no quiero meterme ahora) y que lo escrito
aquí surge del respeto a todos ellos por su importante labor.
Todo empezó con las memorias de Hans Küng, dos gruesos
volúmenes que van desde su nacimiento hasta inicios de los años 80, cuando
pierde la missio docente, pasando por
su vivencia pormenorizada del Concilio.
Leyéndolo empecé a familiarizarme con el ámbito suizo-alemán, bien lejano del español
y del latino. Siempre la II Guerra Mundial por medio y, cómo no, el CVII, sobre
cuya intrahistoria desvela muchos entresijos. Entendí
su periplo romano, aunque tal vez el autor se deja llevar por los estereotipos
de la época, sin profundizar en las personas que no ha tratado personalmente
(v.gr. Pío XII). Lo que eché en
falta es mayor presencia de lo místico o al menos de alguna que otra
interpretación espiritual (como en las memorias del card. Suenens); es todo
como muy llano, muy directo y muy poco o nada por el camino indirecto; él
convive con una conversa, Christa Hempel, y colabora con otra, Julia Ching,
pero no presta atención (más aún, huye) de la orientación mística que tuvo su
colega y colaborador Hans Urs von Balthasar –con su asistencia espiritual a Adriana
von Speyr–, quizá por el rechazo de Küng a su tocayo de la propuesta de formar
parte de cierta aventura fundacional de éste (instituto secular masculino). Llama
la atención su proceso vocacional inicial en el Colegio germánico, cómo le
impresionan ciertos jesuitas y cómo irá orientando su vida con el paso del
tiempo. Son memorias y en ellas se desahoga el autor todo lo que quiere.
Critica al belga mons. Philips como político demasiado diplomático y las
interpretaciones de Küng no cesan de recordar la clave política. Tiene la
suerte de vivir más años que algunos de sus colegas e incluso alumnos y eso le
permite criticar las memorias de éstos ya publicadas (las de Lehmann; o las de
Ratzinger, que tilda de insuficientes). Desde las primeras páginas se compara
con el Papa y acaba por explicar la diferencia entre ambos diciendo que
pertenecen a dos marcos de referencia opuestos, como le había ocurrido con otros
teólogos y cardenales (que no con Suenens, aunque a éste le critica su último
viraje en pro de los movimientos laicales). Algo positivo de sus memorias es
que da los esquemas de sus obras: éstos sirven de buena introducción para quien
no las haya leído o de resumen para el que ya las leyó. En estas memorias, muy
eruditas en cuanto datos y fechas, se muestra tal cual es, dubitativo (le
encantan los interrogantes en los títulos), provocativo y mediático (cf.
algunas fotos ante multitud de medios de comunicación) y, en definitiva, tan
radical que siempre crea polémica, allá donde va. Ya se lo decía el card. Döpfner,
presidente de la Conferencia Episcopal Alemana: dices cosas importantes, pero es
que el modo de decirlas… o el tiempo de lanzarlas a la palestra… ¡Y eso que
Döpfner era de los más avanzados entre los cuatro moderadores del CVII! (Hay
que añadir que Küng siempre vibró más con Suenens que con ningún otro, aunque,
por la lectura de las memorias de este último, me parece que la vibración no
fue del todo mutua, pues sólo menciona a Küng de pasada.) Lo que muchos le critican
es la repetida imprudencia; otros dirán que hay que lanzarse y abrir brecha en
el pensamiento teológico o nos moriremos por tanta discreción… En fin, que con
él el debate está servido. En el segundo tomo relata el affaire Küng: le quitan la missio
canónica de su docencia eclesiástica, quedándose aún como profesor en la
pública en virtud del Concordato alemán con la Santa Sede; éste fue fruto de
las negociaciones del nuncio Pacelli (luego Pío XII)
antes de la Guerra. ¡Qué paradojas tiene la historia!: le iba a salvar un producto del Papa tan
criticado por él y a quien, como ritornelo, engloba en los Píos (beato Pío IX,
S. Pío X, Pío XI y Pío XII),
haciendo tabula rasa en negativo. Pareciera
que juzga a todos y me pregunto si para contar la propia vida hace falta eso. Curiosamente,
tanto con Juan Pablo II –al que
sencillamente ignora– como con Benedicto XVI, su antiguo colega universitario,
Küng ha mantenido su función sacerdotal, algo eclipsada en las memorias por su
función académica, omnipresente en todas las páginas, pues siempre habla como «profesor».
Con todo, he aprendido mucho con su lectura y me ha hecho buscar las memorias
de otros.
Así que mi lectura prosiguió con la recopilación de
escritos de los años 50 del P. Congar, op,
en medio de su crisis preconciliar y de los sucesivos destierros o retiros
forzados en lejanos conventos. Mi
primera impresión fue anotar: «¡Dios mío, cuánto sufrimiento!». Una conciencia
tan delicada, tan sensible como la suya… y viéndose a veces decrépita, otras vencida,
otras timorata, otras renacida, otras abandonada… Supongo que ésa fue su noche
pasiva; luego surgió un Congar renovado, preparado para todos los golpes que
recibiría en la Comisión preparatoria doctrinal del CVII; más callado trabajo
durante el mismo, siendo capaz de publicar junto a Küng y de apoyar a Philips
al mismo tiempo, siendo tal vez quien más redactó textos para unos y para
otros. Philips no soportó el tirón y su corazón casi se rompe, por lo cual se
tuvo que retirar; Congar quedó solo ante el peligro (que era mucho y muy
grande), recibiendo al final de la corrida conciliar agradecimientos episcopales,
que es lo que se llevan los religiosos que calladamente trabajan para ellos
(ayer como hoy, mismo tiempo: ¿que no hubiera hecho lo mismo un P. Jesús
Castellano de haber sido perito o consultor del Concilio?). Lo
único que no me gustó fue el tono de algunos comentarios de su editor: a veces
irónico y pareciendo como más allá del bien y del mal. Menos mal que recordaba
el buen gusto congariano que me dejó el ejemplo del P. Juan Bosch, op, tristemente desaparecido, que a
punto estuvo de participar en el III Seminario del Desierto de Las Palmas, que trató sobre «El Diálogo» (celebrado en 2006).
Después, dado ya el nivel de conocimiento que iba
teniendo de los personajes principales, especialmente de los teólogos más
activos y relevantes, pasé de las memorias a la biografía: la de Karl Rahner
que hizo tan acertadamente su asistente Vorgrimler.
(Así, entre paréntesis, anoto que me llamó la atención alguna afirmación de
Vorgrimler defendiendo tesis u opiniones de Rahner, también defendidas por H.
Küng; pero la diferencia es que a uno le encausan posconciliarmente en el
antiguo Santo Oficio y al otro no.) Con estos precedentes, y habiendo
traspasado la barrera del miedo por haberme introducido ya en la lectura de la
biografía de Rahner, me ayudé en esa tarea con un librito muy manejable que se
sacó en el centenario de su nacimiento. Ahí
colaboraban el card. Lehmann, antiguo asistente suyo —a quien ponen listo tanto
Küng como Vorgrimler—; un teólogo de la liberación jesuita (Jon Sobrino), un
biógrafo rahneriano de primera (Günther Wassilowsky) y algún otro colaborador
más (el jesuita Philip Endean, anglófono, muy interesante al presentar las
dificultades de la traducción inglesa de las obras del teólogo alemán). Cinco
artículos reunidos para orientar los diversos influjos ejercidos por Karl Rahner.
Al descubrir un interesante y manejable libro escrito
por el cardenal Franz König (1905-2004), que fue arzobispo de Viena, me di de
lleno a su lectura. Resultó ser su libro
póstumo en el que ha quedado plasmado su talante conciliador, aperturista y
moderado al unísono, muy realista, poco político, amigo de la sencillez, con
humor y atrevido, adelantando el futuro todo lo que es posible adelantarlo. En
definitiva, una excelente lectura, recomendada para todos los públicos, al
menos para los interesados en conocer mejor el espíritu del Concilio y entender
sabiamente el posconcilio así como su influjo en nuestros días. La introducción
del libro es un breve perfil del autor por parte de una periodista
anglo-austríaca, colaboradora suya e incluso traductora, que ha sido la
encargada de editar este último libro del cardenal.
Tras todas estas apasionantes lecturas, llegó la
Navidad y por ese tiempo salió la última obra del jesuita Santiago Madrigal.
Resulta que este profesor de eclesiología en Comillas se ha dedicado a la
prosopografía teológica conciliar: historiar el Concilio a partir de los
diarios, las memorias, las autobiografías, las notas de prensa y otros materiales
de primera mano surgidos de la pluma de los teólogos que participaron en el CVII.
«Este libro está escrito para mí», me dije. Así que lo pedí para Reyes y éstos,
magnánimamente, me lo trajeron. Devoré el libro, que usa los diarios de Congar
y de Henri de Lubac; pero no se para ahí, también echa mano de las notas de
mons. Philips y del P. Sebastian Tromp, quien también aparece en las memorias
de Küng (Tromp fue estrecho colaborador del card. Ottaviani así como del Papa
Pío XII). Con esta presentación me
quedó claro que la opción que se tomó en el Concilio para desatascarlo al final
fue la «vía Philips» (éste llegó a sustituir a Tromp), una solución de
compromiso si se quiere, pero eficaz para buscar el consenso y el hecho de que
unos y otros se pudieran reconocer en un mismo texto, lo cual es muchísimo más
difícil de lo que unos y otros y los de más allá se creen. Mirando sus
referencias bibliográficas, recordé un artículo que publicó en esta revista
sobre la recepción del Concilio;
decidí centrarme más bien en un libro suyo publicado en 2005: en él reúne diez
versiones del Concilio acompañadas con pinceladas biográficas sobre sus emisores. Los
diez protagonistas elegidos por Madrigal
son: Y. Congar, el card. Suenens, el filósofo Jean Guitton, H. Küng, el
escritor Gonzalo Torrente Ballester, la líder seglar Pilar Bellosillo, K.
Rahner, el literato José Jiménez Lozano, el teólogo calvinista Karl Barth y el
general de los jesuitas, P. Pedro Arrupe. Cada uno, un capítulo. Los capítulos
no son equiparables, pues con Barth sólo da los esquemas de sus comentarios que
ofreció a la Santa Sede (en las diversas congregaciones vaticanas) de los
documentos conciliares, ya que no pudo participar en el Concilio. O también su
ser jesuita le hace alargarse más en el capítulo dedicado a Arrupe, que apenas
participó en la última sesión del CVII. Con todo, sirve a su autor para enlazar
con el epílogo: «Iglesia, ¿qué has hecho con tu Concilio?». (Es curioso que no
tenga una conclusión, quizá porque su autor sigue investigando en el mismo
asunto y deja abierto el tema para ulteriores profundizaciones.)
Imprescindibles se hacen las crónicas del momento
conciliar emanadas de la siempre amena pluma de José Luis Martín Descalzo, esos
tomitos que sacó la editorial PPC en los años del Concilio. Son
necesarios para entender los ánimos, para observar las intervenciones que más
importancia tuvieron, para tomar el pulso al ambiente de la Roma de los sesenta
y de la Iglesia universal en vísperas del Concilio, a lo largo de su duración
(en las cuatro sesiones, desde 1962 a 1965) y el regusto que quedó una vez
clausurado y publicados los documentos. Justo en ese tiempo, el de la clausura,
vio la luz otro librito en España que se dedicaba a presentar con sencillez y
amenidad lo que su autor llama «propulsores del Concilio», como si de un cohete
se tratara.
No acaba todo con estas lecturas, pues tras éstas
vienen otras: como los deliciosos recuerdos del cardenal Suenens o
también la eclesiología de corte más oficial, que
van completando necesariamente las visiones parciales de cada uno de los
protagonistas. Sobre Rahner también se puede proseguir la profundización con
una introducción muy asequible, en la cual aflora tanto su obra como su persona; de
nuevo se relacionan sus escritos dogmáticos con los de espiritualidad, haciendo
hincapié, como ya lo hizo Vorgrimler en el mismo título de su biografía, en que
hay una concordancia directa de su teología con su espiritualidad, pasando por
el tamiz de la experiencia.
En definitiva, buenas lecturas para conocer de primera
mano a los protagonistas del Concilio Vaticano II: qué sentían, cómo lo vivían,
qué pensaban, cómo se influyeron unos a otros, cómo entendieron las cosas, qué
sucesos les rodeaban y cómo se las arreglaron para sacar adelante un Concilio
que, antes de empezar, muchos querían que fuera una cosa sencilla, rápida y más
bien cerrada. ¡Qué diferencia! La cosa quedó abierta y bien abierta, de modo
que hoy seguimos nutriéndonos de sus frutos. Y aquí he querido recoger algunos
de ellos en forma de libros autobiográficos, biográficos, crónicas e
introducciones. Gracias a todos: los autores, los compiladores, los
traductores... y los lectores.