Las prisas
Las prisas nunca son buenas. No sé quién lo dijo por primera
vez, pero tenía más razón que un santo. La famosa frase de Napoleón: «vísteme
despacio que tengo prisa» hace alusión a este tema, aunque al revés. Se supone
que la prisa que tenía el emperador era justificada; por eso toma determinación
de no demorar más el tiempo de arreglarse (le servía el modisto personal o el
criado de cámara) con las prisas que se suelen tomar por inercia cuando al
sujeto protagonista se le ve con prisas o él mismo lo expresa, como es el caso.
Toma el tiempo que necesites para vestirme, porque tengo prisa. No corras, no
sea que me vayas a romper un botón o se vaya a rajar la ropa, al intentármela
ajustar bien… y, consecuentemente, el tiempo se alargue, se duplique, se
multiplique tanto (en coser el botón que sin querer se ha descosido por las
prisas; en coser la juntura de dos telas que se ha desgarrado al intentar poner
el traje… con prisas). Así que no multipliquemos el tiempo de vestirse, pues el
tiempo es oro y
tempus fugit…
Bien, bien. Pero hay otro modo de entender la cosa. Sin
pensar que las prisas sean buenas o justificables. De niños, la profesora de
primaria (y si no lo había dicho la de primaria, lo dijo la de secundaria)
solía decir: «sin prisa pero sin pausa». O sea que tampoco la prisa era
aconsejable por parte de la profesora de cuando niños. Fue una lección que
aprendimos tempranamente y que se quedó grabada en nuestra mente.
De prisa, de
prisa / vamos, vamos; vit, vit; come
on, come on…
Y así andamos, siempre de prisa; excepto cuando no tenemos
tiempo, que entonces vamos que volamos…
Los textos tienen que ser cortos, porque leemos deprisa y
con prisas.
Las imágenes tienen que ser claras, impactantes, orientadas
hacia algún lugar de la mente…, porque si no dicen nada claro o bien dicen
demasiadas cosas, nuestra mente, que va con prisas, no logra deternerse el
tiempo suficiente como para observarla, tratar de entenderla y, finalmente,
comprender buena parte de su significado. Vamos así: deprisa y con prisas.
Leemos el periódico sin interés, y el libro (en el metro) a trompicones, con
ruidos de fondo, somnolencias sustraídas a la noche, que es tiempo especial,
donde todo se para, se detiene, el tiempo como que no existe y… se duerme.
Las prisas son malas consejeras. Debiéramos saberlo ya. Pero
aún persistimos e insistimos en que nuestra vida esté aliñada con ellas, en la
ensalada matutina y en el postre vespertino. Delante y detrás. Arriba y abajo.
Prisas, prisas, prisas. ¿Y qué más? No lo sé…, porque tengo que irme… deprisa…
(1 de octubre de 2010 y
16 de octubre de 2012)