Meditación sobre buscad mi rostro (Sal 26) y buscarme has en ti (Sta. Teresa de Jesús)
Texto 1º: «Oigo en mi corazón: "Buscad mi rostro"» (Sal 26,8)
Texto 2º: «"Buscarme has en ti"» (Sta. Teresa de Jesús, poema 4)
Oigo en mi corazón: "Buscad mi rostro" (Sal 26,8). Y en el evangelio del II domingo escuchamos a Jesús sus primeras palabras (según S. Juan): ¿Qué buscáis? (Jn 1,38). Y podemos responder, con el salmista: Tu rostro buscaré, Señor (Sal 26, 8). A esa respuesta, todavía podíamos proponer una pregunta más: "¿dónde?". Y para responderla viene en nuestra ayuda santa Teresa de Jesús, con los versos de su poema: Alma, buscarte has en Mí, / y a Mí buscarme has en ti (Poesía 4, según EDE).
Ya tenemos los textos fundamentales de nuestra meditación. Y ahora ¿qué? Ahora pensar un poco para poder entenderlo bien ("entender estas verdades" es un ritornelo de Teresa a lo largo y ancho de sus obras, "porque importa muy mucho"). Entonces pensemos: ¿por qué buscar primero el rostro de Dios, que es el rostro de Jesús, en nuestro interior? Porque todo lo verdadero, realmente, nace del interior. Todo lo que surja del exterior, en el exterior se quedará y, al fin, se lo llevará el viento. Lo observamos una y otra vez; y en nuestra sociedad científica, acostumbrada al prueba-error, prueba-acierto, no acabamos de entender que también eso sirve para la vida espiritual: '¿que no funciona tal camino?'. 'Pues busquemos otro'..., que para algo nos dio Dios esa inteligencia que tenemos (y que algunos tienen impoluta, por no usarla apenas mas que en casos excepcionales...). Por tanto, buscar a Cristo en nuestro interior sería lo primero y principal. Porque así, descubriendo que somos morada del Espíritu Santo, que Él habita en nosotros, entonces podemos salir de nosostros mismos, como los misioneros desde hace siglos, y compartir con los demás ese tesoro de nuestro campo, esa perla preciosa que hemos descubierto sorprendentemente y que no nos la podemos guardar para nosotros.
Por eso tiene todo el sentido el doble mensaje (uno sálmico y el otro teresiano): buscad mi rostro; buscarte has en mí. Buscas mi rostro --nos podría decir Jesús-- en tu interior y descubres que yo soy el rostro del Padre y que tú estás hecho a imagen y semejanza nuestra y, por tanto, por participación eres reflejo del rostro de Dios. Así, todos los humanos (que además de ser humanos son también o están llamados a ser hermanos en Cristo: humanos y hermanos; y no deshumanizados y enemigos), todas las personas son rostro de Dios, porque reflejan esa impronta que tenemos desde el inicio de la creación, porque Dios lo quiso así y porque eso nos hace reconocernos (conocernos y reconocer al otro también como hermano mío), de modo que entonces ya no serán dos sino una sola cosa (que aunque esto está dicho para el matrimonio, sirve igual para la conciencia y vivencia de lo humano).
Hay muchas presencias de Dios; es algo que solemos escuchar o leer. Cierto. Pero la primera y más cercana presencia de Dios es la que tengo o llevo o guardo en vasijas de barro... en mi interior. Es la interioridad la que está deseando ser descubierta, conquistada, compartida, misionada y misionera... Y desde la interioridad, todo el mundo, el exterior, la otra persona, especialmente la necesitada, las otras cosas, la creación, nuestro planeta..., cada pequeña cosa (que tengo a mano) y cada gran cosa (que me excede): Piensa globalmente, actúa localmente (lema de Manos Unidas en 1995). Esto nos sirve para entender que primero hemos de empezar por lo cercano, íntimo, interno y luego proseguir con lo prójimo (sea próximo o lejano), para poder llegar a colaborar en lo global y globalizado.
Así, desde el descubrimiento del Señor en nuestro interior, las demás presencias podrán ser mucho mejor descubiertas y aprovechadas que si no hubiéramos buscado ni conocido la interioridad. Así, la misa se vive más conscientemente, se experimenta la comunión entre unos y otros (comunión de los santos), se toma en serio el credo y se va haciendo experiencia de cada una de sus frases; así, el otro siempre quedará mucho más cercano (prójimo y próximo) de lo que nunca hubiéramos soñado. Y así, en definitiva, el reino de Dios estará mucho más cerca, o bien entre nosotros: ¡en nuestro interior!