Tren de Barcelona a Valencia, 31-8-99
Un viaje, a
manera de prólogo
¿Es
que no hay chispas en Benicásim? No, al menos por el momento. Cuando venga el
otro, el otro instante, el que viene después de éste, nos dirán que no, que no
es la falta de electricidad la causa del tremendo parón, que resulta que hay un
tramo con solo una vía delante nuestro y que, claro, dos trenes no caben en el
mismo espacio.
Pero,
ya ves, mientras garabateo esto, ya se puso en marcha este moderno abalorio de
cajas gigantes de zapatos.
(Si
me equivoco en algo –ya sabes: algún error, etcétera– es a causa de un “hombre
gris”, sí, muy encorbatado pero gris al fin y al cabo –ahora tiró su colilla
por la puerta, pues nos paramos en una estacioncilla de tercera, pero me dejó
el cubículo “empetufado”... –.)
Ya
vino otro hombre gris (el primero se marchó un rato hará); pero éste no es
“hombre” sino joven, “aprendiz”, vamos... pero casi que ni lo aparenta: con su
pitillo-cometiempo en la mano, como uno de esos gángsters de humo frío que tan
bien conoce Momo...).
Es
bueno, realmente, pararse y mirar; o sólo
pararse o pararse solo. Cierto:
siempre “a solas”, si no, no hay parada que valga la pena... La conexión con
los demás, de vez en cuando, hay que cortarla. Y al decir los demás me refiero
al mundo que normalmente me rodea (podría emplear el impersonal pero prefiero
personalizar... es más humano).
También es obvio que no podemos vivir solos, aislados, en el sentido de
“incomunicados”. Esto, pocos lo ponen en duda (pocos, porque en general las
excepciones confirman la regla). Pero es indispensable, necesario, vital para
el desarrollo “normal” de nuestra existencia, crear un tal espacio en el que
sea imposible imponer programas al otro,
pues solo hay uno: yo mismo. En esa
soledad desconectada, todo nace de dentro: de la propia exigencia, si la hay; si
no, se nota su ausencia. Desconectada, sí, del mundillo rutinario, quizá
aburrido, quizá frenético, pero siempre epidérmico. Conectada, sin embargo, al
gran enchufe, el que suministra la vida elctrificada por el Espíritu,
comunicando ya sin parar la corriente nueva, creativa y contagiosa… Aunque ha
de ser buena la conexión; si no, se ve…
Seguramente
de aquel pararse sea esto lo mejor: ver, observarse, o simplemente sea estar, mirar, pensar... Creo
sinceramente que es un excelente ejercicio de salud mental, psicológica y
espiritual. Y también creo que demasiadas pocas veces practicamos este
ejercicio tan saludable, no recomendado, eso sí, en ningún programa (ni escrito
ni visual) ya que los rehuye todos...
Un
largo trayecto en tren, por ejemplo, puede provocar reflexiones como la aquí
descrita. Un viaje, a manera de prólogo. Los capítulos, quizá, no los escriba.
Pero, ¿quién sabe? : ahora es de noche y ninguno lo esperaba, y así es. ¡Qué le
vamos a hacer! ...