La muerte
inducida
(Escrito del 29 al 30-04-1996)
No consintamos que nos maten, que nos degüellen, que aborten nuestros ideales. La burda ramplonería es sólo eso, burda simpleza, un cúmulo de indiferencias que, sin saberlo, nos llevan a la soga, a la cuchilla o al suicidio asistido. O quién sabe si al huerto... que de todo hay.
El nivel no es que haya bajado... Es que no existe. Es que ya no es. Así como al Hotel Meliá se puede ir y pedir la comida a la carta, así también el pseudoestudiante (jamás estudioso) acude a la escuela, colegio, academia, instituto o facultad sin ningún tipo de restricciones hedonistas (que viene del griego hedoné, placer), se reconvierte el plan de estudios o sencillamente se lo adecúa a sus máximos gustos, quedando grandes períodos temporales vacíos de contenido. Se hace, al fin y al cabo, un horario “a la carta”: esto me gusta; aquello, para nada; estotro, para qué contar... Sin más, de un plumazo, se ha venido abajo toda la teoría, la estructura, la metodología, las buenas maneras, el saber hacer, el interés, la ilusión, el entusiasmo, el mono del saber, la lectura y, por ende, la cultura.
De este placentero menú no salen —ni a corto ni a largo plazo— grandes ideales, amplios proyectos, futuros esperanzadores o sólidas realidades. Ya no sale nada grande; ni las personas, ni los intelectos ni las ganas. Por no salir, no sale ni el gato de la tía Tula a asomar los bigotes.
Lo grande quedó atrás (ya no se lleva). Ahora vienen jadeando los mínimos, “súper-mínimos”, corriendo y aprisa llegan los que no llegan a ser ni mediocres. O talvez sí, pero no más. Y aquí se quedan, si es que arriban (que ni siquiera), congratulándose mutuamente por la suerte (¿qué es la suerte?) que han tenido al lograr el subdesarrollo de sus mentes que quedan atrofiadas para la eternidad. Desde ese momento en que “libre de toda influencia” (¿es posible?) deciden sin prejuicio alguno el camino que seguirán: a la muerte o a la vida, usted decide. Pues la cultura, como todo lo esencial en esta vida, ofrece el porqué o, al menos, ayuda a darlo, a buscarlo y meditarlo. Y es que como alguien diría antes que yo (uno ya se va resignando), la cultura además de necesaria es vital. O vives cultivándote o, como dice el dicho, mueres cultivando malvas...
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